El "yo" no es una entidad estática, sino un flujo continuo de experiencias y transformaciones. En un universo entrópico, nuestra identidad es tan cambiante como el cosmos mismo, desintegrándose y reorganizándose constantemente. Cada momento es una compleja interacción de memoria, percepción y cambio, donde los límites del ser se diluyen como una nebulosa en constante movimiento. Somos, en esencia, un proceso dinámico más que una estructura fija, donde cada pensamiento, cada célula, cada experiencia contribuye a una danza perpetua de transformación.